
Se nos está yendo de las manos. Malos tiempos para la lírica
Vamos a hablar claro: esto ya no es política, es una tragicomedia nacional. Y lo peor es que la función sigue cada día, con entradas gratuitas, pero con un coste democrático brutal.
Vivimos en una especie de reality institucional donde los representantes públicos ya no representan a nadie salvo a sí mismos, o en el mejor de los casos, a su grupo de Telegram. Pactar se ha convertido en pecado, y discrepar con altura, en traición. Hay más crispación en un plató de tertulia que en un estadio con derbi local. Y mientras tanto, la ciudadanía, esa que supuestamente son el centro de todo esto… pues mirando desde la grada, con palomitas o con hastío.
Pero entre tanto ruido y postureo, hay una palabra que sigue flotando en el ambiente como una flatulencia institucional que nadie quiere reconocer: corrupción.
Sí, la de siempre, pero con nuevas versiones. Como si fuera una app que se va actualizando. Ya no hablamos solo del político que mete la mano en la caja (que también), sino del que coloca, manipula, amiguetea, oculta, externaliza, cobra favores y no dimite ni aunque se lo pida su conciencia (si es que la tiene archivada en algún lado).
Y lo peor es que nos hemos acostumbrado. Que cada escándalo se diluye con el siguiente, y aquí nadie se escandaliza del escándalo. Total, “todos son iguales”, ¿no? Esa frase que tanto daño ha hecho y que sirve de excusa perfecta para que todo siga igual. Como si la democracia fuera una franquicia que va tirando aunque los empleados no den pie con bola.
Pero no todo está perdido. Aún podemos —y debemos— revertir esta deriva que nos arrastra como sociedad.
💥 ¿Cómo?
🔹 Grandes pactos de Estado. De los de verdad. De esos que no dan votos pero salvan generaciones. Pactos educativos, medioambientales, sociales. Políticos que se sienten en una mesa sin necesidad de lanzarse los bolis a la cabeza.
🔹 Regeneración de la clase política. Sí, lo sé, suena a ciencia ficción. Pero no necesitamos santos ni mártires: solo personas con vocación pública y decencia básica. ¿De verdad es tanto pedir?
🔹 Revisión del vínculo entre política y ciudadanía. No somos solo votos ni trending topics. Queremos políticas reales, no promesas recicladas con tipografía nueva.
🔹 La lucha contra la corrupción como prioridad. Sin medias tintas. Con transparencia, con independencia judicial real, con mecanismos de control que funcionen… y con dimisiones, que no se les va a caer el cielo encima por asumir responsabilidades. O sí, pero ya es hora de comprobarlo.
🔹 Una educación crítica para las nuevas generaciones. Porque si no formamos ciudadanos despiertos, mañana votarán a quienes hoy solo saben engañar con carisma vacío y slogans. Y volveremos a empezar el bucle.
📺 Y por supuesto… los medios
Ay, los medios. Esos que a veces más que informar, decoran la desinformación con música épica y gráficos chillones. Que empujan narrativas más que verdades. Que te cuentan el tiempo en directo desde un charco, pero se olvidan de explicar todo aquello que destila humanidad. Lo morboso es lo que vende, y lo saben perfectamente. En el fondo, nos dan lo que queremos ver y escuchar.
Necesitamos un periodismo valiente y objetivo, no servicial. Y una ciudadanía exigente, no resignada.
En resumen
Se nos está yendo de las manos, sí. Entre corruptelas, discursos huecos, pactos imposibles y una ciudadanía anestesiada, esto va camino del abismo.
Pero no es tarde.
Tenemos y debemos que escribir nuestro propio futuro. Con más conciencia, más participación, más exigencia y, sobre todo, con menos tragaderas.
Porque como decía aquel:
“Malos tiempos para la lírica, y peores para la ética. Pero aquí estamos, sin callarnos, con el teclado afilado y el corazón encendido.”
